Es curioso cuando piensas que tienes una vida perfecta y que
nada puede estropearse.
Y éstas allí sentada en el coche mirándole y piensas, “es él
¿verdad?, es la persona con la que quiero pasar el resto de mi vida, sí si es
él” y le vuelves a mirar de reojo y te sale una sonrisa boba. Y él lo sabe, sabe que te tiene loca. Le
acaricias la nuca y es que a veces no hacen falta palabras, le amas. Pero un
día, sí un día como otro cualquiera, en el cual, esa mañana amaneciste entre
sus brazos y sin venir a cuento, de casualidad, sí de esas casualidades,
decides ver algo que te quitara la venda y entras en esas profundidades oscuras
de las cuales sospechabas, pero no creías que eran ciertas. En ese mismo
momento el tiempo se para, al igual que cuando das el primer beso, pero esta
vez es de una forma amarga y cruel, para ponértelo más difícil y tu corazón se detiene,
para coger carrerilla y dar el último latido que lo quiebra. Y todo el mundo
que creías que tenías perfecto se te desvanece en una milésima de segundo. Y sí
es verdad cuando dicen que la vida puede cambiar en tan sólo un segundo. Ya sabes la cruel verdad, no, no era él la
persona con la que pasarás el resto de tu vida.
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